El arte como comunión

Grupo LabCA

Texto utilizado en las sesiones teóricas del encuentro LabCA 2017

La fuente más honda de la vocación artística se halla en la conmoción interior, que la persona experimenta frente a lo real, y que es incapaz de contener sólo en los estrechos límites de sí mismo. Por ello necesita expresarlo a través de aquellos dones que posee: el manejo de la palabra, de las ideas, del color, del sonido… Por eso todo artista es un “comunicador”, sea de ello más o menos consciente.

El arte, aunque es comunicación, no es un lenguaje convencional. No está hecho para contar particularidades, comunicar ideas concretas o transmitir emociones momentáneas. Por ello, carece de normas precisas y bien definidas. Está concebido para transmitir a los demás la esencia del ser humano. Para hacer que, a través de lo finito, lo infinito sea percibido.

En la filosofía hindú se afirma que en la contemplación estética, como en la adoración perfecta, hay una identidad entre el sujeto y el objeto, entre la causa y el efecto.

Javier Barraca nos señala que el mayor pecado del artista es la soberbia, porque le incapacita. El orgullo lo encierra en sí mismo, no se abre a lo otro, y, por tanto, permanece recluido en un soliloquio que no capta lo que le supera, ni desde dentro de sí, ni desde lo que se encuentra más allá de sus límites. Pero como indica Antoine de Saint-Exupéry: “Cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer”. En efecto, la creatividad humana, ella misma misterio, se pone al servicio de cuánto de misterioso existe, e intenta desvelar.