Grupo LabCA
Conferencia impartida en el encuentro LabCA 2017
Vera Tollmann crítica y comisaria free lance nos dice:
“La pregunta por la función social del arte adquiere relevancia cada vez que la sociedad y su sistema de organización se encuentran en crisis, aun cuando nadie espera que el arte pueda efectivamente encontrar soluciones a los desarrollos sociales fallidos. Para esto, se ha concebido otros “sistemas operativos”. Ahora bien, los museos y galerías a lo largo y ancho del mundo nos permiten observar cuánto le interesan al quehacer artístico – yo añado, por ejemplo- los temas medioambientales y el cambio climático. Se trata de exposiciones que reaccionan a la catástrofe en el lugar de los hechos, cuestionan la información, devuelven a la naturaleza un valor estético o examinan en qué medida los trabajos utópicos de los años 70 siguen teniendo actualidad”.
Y más adelante continúa diciendo: “se cuentan artistas que participan de colectivos en conjunto con activistas, pero que ya eran parte de ese proceso antes de que el tema se volviera candente. Las nuevas imágenes públicas aparecen sobre todo allí donde confluyen el arte y el activismo, como queda en evidencia en los grupos londinenses “Climate Camp“ y “Plane Stupid“ que forman parte de los pioneros estilísticos de la nueva estética de protesta”. Se habla de “no entender el arte sólo como un componente contemplativo de la sociedad, sino incluirlo constructivamente en los procesos sociales.”1
Este es uno de los significados que se configuran habitualmente en nuestra mente al mencionar el concepto de “función social del arte”: denuncia, crítica e información. Sin embargo, las funciones sociales del arte son múltiples, mutables, combinables entre sí y dependientes de un contexto que implica su entorno, sus contempladores o la intención del artista, entre otros condicionantes.
Función mágico-religiosa, función estética, función ideológica, función conmemorativa y de promoción, función pedagógica, función de registro social, función modeladora de la sensibilidad, función ornamental, función mercantil. Quizá podríamos continuar, y casi serían infinitas. A estas las consideraremos en este funciones sociales periféricas. Si estas son valoradas como periféricas, surge la pregunta: ¿Cuál es entonces el núcleo de la función social del arte que permanece independientemente de la época en la que fue creado?, ¿ha caducado la función social que en su momento tuvo la Venus del espejo de Velázquez, o la Ronda nocturna de Rembrandt?, ¿y la de la Victoria de Samotracia?
- Bondad, verdad y belleza
Para intentar dar respuesta a este interrogante, quisiera apuntar cómo las palabras verbalizan nuestras ideas y sentimientos, y de alguna manera se convierten en símbolos de ellos. Por tanto, resulta muy significativo que en la cultura judeocristiana, que está en la base de nuestro imaginario colectivo, la palabra hebrea tôb significa tanto bueno como bello. Ambos conceptos están fundidos en uno. En el caso de la lengua griega ocurre algo similar, dos palabras, kalós, belleza, y agathós, bondad, se unen en el término que expresa una realidad única: kalokagathía, entendiéndose pues belleza como expresión visible del bien y el bien como la condición metafísica de la belleza. Incluso en japonés se usa el término kirei, para todo lo que es bello, pero también para calificar lo que es puro.
Por otro lado, para seguir con nuestra argumentación, quisiera mencionar al poeta polaco romántico, Cyprian Kamil Norwid (1821-1883), amigo de Chopin, que publicó en 1851 un diálogo en verso sobre la estética titulado Promethidion, en él expuso su teoría sobre la función social y moral del arte, anticipándose al británico John Ruskin (1819-1900)2. Norwid, en dichos versos escribía: “¿Qué sabes de la belleza?… Es la forma del Amor”3.
En la sociedad en que vivimos quizá pueda sonar un tanto desfasado, pero a lo largo de la historia universal, y también de nuestra historia personal, podríamos recordar ejemplos en los que constatar que entre belleza y amor siempre ha existido un vínculo. Es muy claro si pensamos cuántos poetas han escrito sus versos más hermosos movidos por el amor. Quizás uno de los escritos más poéticos sobre el amor, sea la conocida lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios (1 Co 12, 31-13, 8ª), lectura habitual entre las lecturas de las bodas católicas:
Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden.
Ya podría tener el don de predicción y conocer todos los secretos y todo el saber; podría tener una fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada.
Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve. […]
El amor no pasa nunca.
Hagamos nuestra lectura desde la perspectiva de cuál es el “núcleo de la función social”.
Repensemos la primera frase del mencionado texto: “Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden”. Hablar es comunicación. Las lenguas, la escritura, la poesía han estado siempre entre las artes más apreciadas desde la antigüedad. Los poetas eran los intermediarios entre los dioses y los humanos. El llamado “estado poético” es una versión actualizada del concepto de inspiración de los griegos, como don que los dioses concedían a algunos elegidos4. Recordemos que Apolo o las Musas, hacían caer en estado de entusiasmo (etimológicamente “tener un dios dentro”) al poeta, el cual comunicaba ese estado de endiosamiento al tercer eslabón de la cadena, los rapsodas o recitadores, los cuales debían esforzarse en ser buenos intérpretes de los versos, penetrando no sólo en sus palabras, sino en su pensamiento, para poder así comunicar la emoción al público, que completa el anillo magnético (el Ion de Platón)5. No nos vamos a detener en si el poeta es intermediario, creador, o qué es, sino en el hecho de que en este canto se apunta que la belleza de la palabra, del arte, tan hermosa como la de los ángeles no es nada sin amor.
“Ya podría tener el don de predicción y conocer todos los secretos y todo el saber; podría tener una fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada”. En realidad el poeta/San Pablo, nos está diciendo que la verdad, esa necesidad de conocimiento que tenemos, esa búsqueda de respuestas que emprendemos, no tiene ningún sentido sin amor. Y por último nos dice: “Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve”.
Es decir, la bondad máxima como la de dar la vida, no serviría de nada sin amor. Cabría preguntarnos entonces ¿qué es el amor, si aquello que tenemos de referencia como un acto de máxima bondad no lo es?
Una conclusión que podemos extraer es que un acto bondadoso no equivale a amar. Amar es algo más. Para amar en plenitud se necesita que además sea de verdad, y que posea los valores intrínsecos de la belleza.
En cualquier ámbito, en cualquier cultura, se siente amado quien recibe la estrecha comunión entre el bien, la verdad y la belleza, en igualdad, como aquella trinidad concebida por Pitágoras. Por ello surgen conceptos como “conciencia estética”6, la “conciencia moral”, o incluso la “conciencia de verdad”, y cuando su estrecha comunión se rompe, se crea una disonancia, pues la unidad de la persona humana queda escindida7.
Teniendo presente que vivir dicha unión es una necesidad antropológica del hombre, nos atrevemos a afirmar que las obras de arte son la continua búsqueda y tensión hacia esta unidad de bien, verdad y belleza. No existe una superioridad de lo estético, ni de lo verdadero, ni de lo bueno separadamente, sino de todos los valores en su unidad, sin precisar que estén presentes todos ellos en igual proporción.
Pedro Antonio Urbina en su obra Filocalia o amor a la belleza afirma: “[…] Y si se va la belleza, con ella se van el bien y la verdad, y nos advierte que el arte ni está ni no está subordinado a la virtud o al vicio”8 . Con estas sentencias nos indica hasta qué punto no debe admitirse una pura y burda instrumentalización del arte, porque la función social del hacer artístico no debe ponerse al servicio de una verdad particular o de una moral particular, ya sea esta católica, maoísta, capitalista, chavista o soviética. La honestidad del arte exige escapar a una mediatización abusiva, pues significaría negarle su naturaleza de carácter universal, supondría una manipulación o corrupción de lo artístico en su verdad, bondad y belleza. Consideramos que la respuesta está en la estrecha comunión de esta trinidad, en su delicado equilibrio, porque si éste, de modo consciente o inconsciente se rompe, la obra no alcanza su integridad, y por ende traiciona su función social que llamamos nuclear, es decir: ser potencia dinamizadora de plenitud para el hombre.
- Una visión de la función social nuclear del arte
Y con esta idea retornamos al inicio cuando nos preguntábamos si era correcta esa consideración de identificar la función social del arte exclusivamente como un arte activista, de crítica y denuncia en muy diversos temas de actualidad, o como el ornamento de un discurso.
Joan Miró contestaba en una entrevista a la pregunta que le hacía Georges Raillard: “Imagínese que se encuentran sus telas dentro de tres mil años: ¿qué le agradaría que se interpretase?” A lo que el artista contestó tajante: “Que he ayudado a liberar, no solamente la pintura, sino también el espíritu de los hombres”9.
Francis Lee le hizo otra pregunta, muy relacionada con la anterior: “En nuestra sociedad actual. ¿Cuál cree usted que es el lugar del arte?” Rotundamente Miró contestó: “Liberar a la sociedad de sus prejuicios, de modo que las emociones y los sentimientos puedan renovarse”10. Esta afirmación es revolucionaria, y no obstante, pocos piensan que el arte sea progreso y produzca revoluciones.
Las palabras de Miró están muy en línea con la lectura de “función social nuclear del arte” que proponemos. Una función social que, sin descartar aquellas otras funciones sociales que hemos llamado periféricas, intenta ir más en profundidad, alcanzar los estratos que lo cimientan11 y que han hecho imprescindible el arte desde su más remota historia, fuera cual fuera el tema o el estilo utilizado.
¿Por qué considerar que la función social nuclear del arte es ser potencia dinamizadora de plenitud para el hombre?
Porque el arte nos propone una vía estética de aproximación al hombre y a una honda aprehensión de la realidad.
Porque la contemplación de la creación artística es cauce de formación integral, pues como hemos subrayado contiene en sí la vía moral y la vía de la verdad.
Porque insufla belleza al mundo ayudando a recuperar una dimensión ineludible de la dignidad de lo humano. En un mundo en donde no se es capaz de percibir la belleza, el bien termina perdiendo su fuerza de atracción, y la verdad queda debilitada.
Porque toda gran obra de arte nos enseña a intuir cómo lo reflejado en ella podría contagiar su luz y belleza a la propia existencia.
Tenía razón el gran escritor español del realismo, Benito Pérez Galdós (1843-1920), quien decía con relación a la novela que ésta “no debe ser entendida como un reflejo de la sociedad, sino como una contribución que da forma, que construye activamente la comunidad imaginada en la que se consolida la identidad propia”12. Construir activamente a través del arte esa comunidad perfecta con la que soñamos es una de las funciones sociales del arte.
Es por ello que para Joan Miró, el gran compromiso del artista con la sociedad deviene de estar totalmente comprometido con su creación, entendiendo que su obra debe ser su acción. Ha de ser ésta, en efecto, la que atestigüe por sí sola con suficiente claridad el compromiso con la libertad de espíritu y con todas las libertades. El artista decía: ”Las obras mismas, por su violencia y sentido de la libertad. Eso ha conmovido a la gente, lo siento ahora con toda nitidez”13. Las mismas obras, incluso con su lenguaje codificado o su abstracción son las que tienen el poder de violentar y de liberar. Quisiera resaltar precisamente estas palabras porque habitualmente y de un modo equivocado, cuando se exige a los artistas un compromiso social, por la notoriedad de su presencia o participación, se espera que respondan con una acción pública o una obra con un claro contenido directamente participativo. Miró es claro y rotundo en su respuesta. Es verdaderamente la obra misma, la obra sincera, la obra limpia de intencionalidad premeditada la que contiene ya su compromiso con la humanidad.
Volviendo a Miró, este afirmaba tajantemente: “Lo que me interesa no es que quede allí el cuadro, sino su irradiación, su mensaje, lo que hará para transformar un poco el espíritu de las personas. El cuadro en cuanto objeto no me interesa”14. En octubre de 1979, cuando fue nombrado doctor Honoris causa por la Universidad de Barcelona, declaraba convencido: “el artista es alguien que, entre el silencio de los demás, utiliza su voz para decir algo, que tiene la obligación de que no sea inútil, sino algo que les sirva a los hombres”15. ¿Hay una idea más clara y elevada de cuál es la función social del arte?.
- Tollmann, Vera, “La función social del arte hoy”, en Goethe.de/ Klima. Kultur und Klimawandel, Goethe Institute, agosto 2010 http://www.goethe.de/ges/umw/prj/kuk/the/kun/es6341334.htm [consulta: 22/07/2014]
- Ruskin consideraba el arte como una revelación de una verdad transparente, y que éste debía expresar las virtudes políticas y sociales de un país.
- Ravasi, Gianfranco, “Prólogo”, en Wojtyla, Karol, El Evangelio y el arte. Ejercicios espirituales para artistas, Madrid, Ciudad Nueva, 2014, p. 7
- Según cuenta Paul Valery (1871-1945) en referencia a su propia experiencia, esta situación que potencia sus facultades poéticas se produce por un accidente cualquiera que le aparta de su régimen mental más frecuente. El estado de poesía es una atmósfera especial en la que el poeta se siente transformado y capaz de comunicarla al receptor de los versos. ¿Está aludiendo a la “cadena magnética” del Ion de Platón? Esta es su versión de la teoría de la inspiración. Manzano, Julia, “Arden los límites entre poesía y filosofía ” http://www.tindon.org/julia_manzano/arden_los_limites/1_sobreabundancia.pdf [consulta:14/7/2014]
- Platón, Diálogos. Obra completa en 9 volúmenes. Volumen I: Apología. Critón. Eutifrón. Ion. Lisis. Cármides. Hipias menor. Hipias mayor. Laques. Protágoras, Barcelona, Editorial Gredos, 2003; Aguirre Santos, Javier, Platón y la poesía. Ion, Madrid, Plaza y Valdés., 2013.
- La filosofía cristiana ha desarrollado la convicción de que la belleza de las criaturas ofrece un sendero ascendente hacia lo absoluto, la llamada “via pulchritudinis”, al considerar que de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su autor. Cf. La via pulchritudinis, Consejo pontificio para la cultura, 2006. Para San Agustín Dios es fuente o manantial genuinos de belleza, un surtidor del que fluyen las bellezas del mundo. Esta concepción transforma a los seres y acciones bellos en una vía que desde ellos permite alcanzar lo más alto. De este extremo, en parte, derivaría la celebrada fuerza “pedagógica de la belleza”, su poder didáctico o casi propedéutico con respecto a los más diversos valores.
- Ravasi, Gianfranco, “Prólogo”, en Wojtyla, Karol, El Evangelio… op. cit., p. 7
- Pedro Antonio Urbina, Filocalia o amor a la belleza, Madrid, Rialp, 2008. El autor ofrece las bases para una fundamentación científica de la belleza y del quehacer artístico, y abre así un diálogo con la Filosofía y la Teología.
- Raillard, Georges, Conversaciones con Miró, Barcelona, Gedisa, 1998, p. 225.
- Entrevista con Francis Lee. “Interview with Miró”. Possibilities, nº 1 Nueva York, 1947-1948, 66-67, en Rowell, Margit, Joan Miró. Escritos y Conversaciones, Valencia, IVAM, 2002, p. 289.
- Pirfano, Íñigo, Ebrietas. El poder de la belleza, Madrid, Ediciones Encuentro, 2013. A través de cuatro capítulos, nos presenta una reflexión sobre el sentido de la belleza, en la que hay que destacar la erudición con la que ilustra sus argumentos. Los títulos de los capítulos del libro son muy elocuentes: Huellas del absoluto; El conocimiento por la belleza; Arte y juego; y La purificación como tránsito.
- Bobadilla Pérez, Mª, “Función de la novela en la construcción del imaginario social/femenino”, Garoza: revista de la Sociedad Española de Estudios Literarios de Cultura Popular, nº 10, p. 26, extraído del artículo de Galdós, “Observaciones sobre la novela”, 1870.
- Raillard, Georges, Conversaciones…, op. cit., pp. 220-221.
- Raillard, Georges, Conversaciones…, op. cit., p. 198.
- Discurso de Joan Miró con motivo de su nombramiento como doctor Honoris causa por la Universidad de Barcelona, 2 de octubre de 1979. Malet, Rosa M ª (ed.), Catálogo Joan Miró 1983-1993, Barcelona, Fundación Joan Miró / Leonardo Arte, 1993, pp. 480-481.