Pilar Cabañas Moreno
Texto publicado en el catálogo “2+dos=5. Proyecto de comunión artística”
Cuando como comisarios y artistas nos planteamos la realización de este proyecto, el gran reto consistía en trabajar en lo que después queda oculto. En ese proceso que después no se ve, pero que es lo que hace posible que 2 + Dos sea igual a 5.
El proyecto ha tenido como antecedentes dos talleres denominados LAB/CA, Laboratorio de Comunión Artística, que tuvieron un carácter de experimentación interna en un espacio expositivo cerrado al público. En esta ocasión se ha contado con la posibilidad de hacernos cargo de la programación de la temporada expositiva de EspaiDos de febrero/julio 2019, lo que ha permitido dar un paso más en la experimentación artística de la Comunión como método de trabajo, y descubrir sus infinitas riquezas.
¿Qué es la Comunión Artística?
Quizá la connotación que nosotros hemos dado al término comunión, se entiende mucho mejor desde el ámbito de las filosofías de Asia Oriental, desde el taoísmo y el budismo que refieren la necesidad del hombre de una íntima comunión con la naturaleza y con su entorno. Por tanto la palabra tiene que ver con un fuerte vínculo que se establece con alguien o algo que está fuera de nosotros, pero que llegamos a sentir nuestro.
El término comunión procede del griego κοινóς (koinós), κοινóω (koinóo), κοινωνíα (koinonia) significan “común”, “poner en común”, “acción de poner en común”, de compartir; y de allí la idea de participación en común y de “comunidad”. Comunión y participación tienen entonces un significado semejante.
Desde esta perspectiva, la palabra diálogo, hoy algo descafeinada, o colaboración como dos, tres, o más identidades que trabajan juntas, resultan algo completamente distinto, si bien han de estar presentes en el proceso de comunión. No son sinónimos, porque la comunión afecta profundamente al ser de cada uno de los implicados: sus capacidades técnicas y profesionales, su voluntad, su humildad, su generosidad, su ausencia de temor, y todo se pone al servicio del arte.
Confiando en la aplicación de este concepto y actitud a la creación artística, nos lanzamos a convocar a una variedad de profesionales ofreciéndoles formar parte de este proyecto. No se trataba de la realización de una exposición colectiva, pues siendo muchos, se proponía conseguir trabajar y ser un solo cuerpo. El reto era conseguir que la exposición fuera vista como una unidad y no como la suma de las partes.
En el camino recogimos las tesis de muchos filósofos que han construido la narración contemporánea (ya desde Hegel, pasando por Martin Buber, Edith Stein, Eric Fromm), y que nos hablan del carácter radical de la relacionalidad del hombre, de su ser dialogal, redescubriendo el tú como espacio connatural de integración del yo, y el nosotros, como el ambiente de crecimiento común.
Pero existe el peligro de que esta característica del hombre quede arrumbada, que esta dimensión dialogal acabe reducida a un pacto social o a mera convención, engrosando la superficialidad: miradas rápidas, oídos semiatentos, etc.
Ya Hegel (1770-1831), se percató de este problema y propuso una recuperación de la relacionalidad. Un planteamiento que, en síntesis, consistía en que la verdad de ser persona radica justamente en encontrarse a sí mismo vaciándose en el otro. Así el individuo se realizaría como realidad en la referencia.
Plenamente identificados con la idea de Hegel, tuvimos en consideración las objeciones de Feuerbach (1804-1872) y Nietzsche (1844-1900) quienes advierten que, en el ámbito humano, la relación yo-tú sería normalmente alienante, en cuanto existe la tendencia al dominio, a la imposición, existe el peligro de perderse en el otro o de abusar de él. Pero Hegel tenía una respuesta para ellos: esa relación es alienante sólo cuando no está sostenida por una auténtica apertura al tú; y es realizadora cuando se desarrolla en la confianza plena y recíproca, en el desapego.
Queríamos también comprobar lo que Martin Buber (1878-1965) afirmaba sobre que el individuo se manifiesta en el hecho de entrar en relación con otras, y la misma personalidad, el modo concreto de ser de cada uno de los que se encuentran, madura con dicho encuentro. Así, llevamos esta aseveración al nivel personal, al campo profesional, al de las competencias, incluso a la dinámica de la obra artística. Siendo esta serie de exposiciones fruto de ello.
Relacionalidad:
Si contemplamos la obra del artista estadounidense Robert Morris (1931) hallamos un perfecto ejemplo con el que ilustrar estas ideas. A finales de 1964 principios de 1965 realizó una exposición en la Green Gallery de Nueva York, donde expuso siete esculturas de contrachapado. La instalación utilizó todo el espacio expositivo. Cada una de las piezas fue colocada en compromiso con el espacio que ocupaban. La pieza Hanging Slab (Cloud) había sido instalada colgada del techo dándole a este protagonismo, y otorgando al espacio mayor dinamismo. Pero esta pieza un año antes, se había expuesto en la misma galería suspendida a cinco centímetros del suelo, de modo que se la contemplaba desde arriba en lugar de desde abajo. En esta exposición de 1964/65, el título de Cloud (Nube) era una metáfora descriptiva que aludía a su posición elevada y suspendida, a diferencia de las otras piezas como Untitled (Corner beam) or Untitled (Corner piece), que ocupaban dos rincones de la galería. Donald Judd (1928-1994), crítico de arte en aquellos años para la revista Arts Magazine, se sorprendió por su especial tratamiento del espacio, que resultaba totalmente activado. ¿Qué era realmente lo importante, lo sorprendente? Que ningún otro artista en Nueva York había realizado obras de una simplicidad tan categórica como las de Morris (paralelepípedos de contrachapado pintados en gris) concentrando el interés en la relacionalidad. Desplaza el centro de interés de la obra a su relación con el espacio y con el espectador. De modo que la misma pieza, en función de su posición en el espacio, se transforma, siendo nube o mesa, y cambia además en el ser percibida en función del posicionamiento, del recorrido del espectador por la sala.
¿Cómo hacer?
La comunión artística es, entre otras cosas, un método de trabajo abierto a todos que parte del establecimiento de unas relaciones personales/profesionales en torno a la creación.
Teniendo como objetivo explorar nuestra capacidad de comunión y su implicación relacional, elaboramos una serie de premisas que consideramos necesarias para que este ser común, poner en común, participar en común, no resultara en ningún caso alienante, como advertía Nietzche, y constituyera la metodología de trabajo teórica y conceptual de cada uno de los grupos, y de nosotros, comisarios, con ellos. Esto independientemente de cómo cada grupo planteara su dinámica.
Dejamos claro que la actitud y el posicionamiento a adoptar debía ir más allá de un trabajo de colaboración en el que se produce un reparto de tareas; más allá de un quehacer en el que tras valorar las ideas de unos y de otros hacemos una mezcolanza para que nadie sienta que ha perdido su aportación; va más allá, por generoso que sea, de renunciar a mi idea por la tuya, si esa negación a uno mismo no construye, no aporta nada artísticamente hablando.
Por tanto, el respeto por el otro artista y su obra, sin prejuicios, para poder comprenderlo y valorarlo; la donación de las propias ideas con total desprendimiento; la capacidad de acogida de las ideas ajenas, de escucha y de diálogo, que implica una renuncia del YO; y la responsabilidad delante de sí mismo y de la sociedad, para no malgastar el talento que uno tiene y a ser fiel a la inspiración, debían ser el sustrato que sostuviera la experiencia.
Contra el miedo al riesgo
¿Por qué arriesgada la comunión artística?
Porque supone la renuncia al yo para dejar espacio a la idea del otro, porque cada uno debe abandonar sus talentos en las manos del otro. Debe comprometer su personalidad en virtud de la experiencia conjunta, sabiendo que literalmente comprometer significa poner a una persona o cosa en una situación difícil. Supone por tanto un salto al vacío en el que pierdo la seguridad de lo que tengo por algo que desconozco, en el deseo de crear una obra capaz de superar mis limitaciones, mi propio mundo. Y nuestra experiencia ha sido literalmente esta.
Esta fue nuestra propuesta de participación en el proyecto, una proposición que los más arriesgados decidieron aceptar.
Como hemos apuntado, para comenzar era preciso establecer una relación de respeto y aprecio del otro, que nos permitiera acercarnos sin prejuicios, a su forma de concebir el arte y la vida. Este esfuerzo por comprender o empatizar con el otro requiere sin embargo la clara conciencia de que no por ello hemos de dejar de ser nosotros mismos, si esto ocurriera, su validez se transformaría en manipulación o alienación del propio sujeto. Se trataba de estar plenamente abierto a otras concepciones estéticas y a otros modos de pensamiento. Esta apertura es la que permite crear una verdadera relación de comunión, que te va enriqueciendo, y te hace pasar del yo al nosotros, y del nosotros al uno. Por tanto, si bien puede resultar paradójico, esta idea de comunión no ha implica uniformidad, sino, todo lo contrario, una unidad basada en la diversidad de cada modo de ser y pensar.
De lo procesual a la instalación
Esta propuesta expositiva, cuyo único denominador común ha sido el método de trabajo, ha tenido un gran componente procesual, pues se inicia en el compromiso interior de cada uno de los participantes, y se construye con su constante renovación. Podemos decir que su desarrollo comienza allí donde el espectador no puede mirar, como en el teatro nō japonés, cuya representación arranca cuando el actor principal se coloca la máscara en la llamada sala del espejo, antes de aparecer en el escenario.
¿Por qué esta propuesta procesual cuando en nuestra sociedad lo que siempre parece importante es el resultado final?
Porque se busca potenciar los resultados a través del trabajo en comunión, que los artistas y sus obras den lo mejor de sí mismos, “para llegar al cinco”. El resultado final es confiado al establecimiento de un diálogo profundo, en plenitud.
Hace mucho tiempo que el arte dejó de ser, o de residir en, un objeto para que pudiéramos centrar nuestra atención como espectadores en nuestra experiencia estética, la que una obra, sea como sea, un cuadro, un poema, la interpretación de una partitura, o el conjunto que se nos muestra en una exposición, nos invita a hacer.
Decía Miró, uno de los catalanes más internacionales, “Más que el cuadro mismo, lo que cuenta es lo que lanza al aire, lo que difunde. Poco importa que el cuadro sea destruido. El arte puede morir, lo que cuenta es que haya difundido gérmenes sobre la tierra”.
Esta ha sido también una de nuestras intenciones, que el espectador a través de una contemplación serena y empática, de una receptividad activa, fuera capaz de percibir lo que la obra puede transmitirnos, más allá de nuestro entendimiento racional.
Cuando como espectadores logramos entablar esta relación, descubrimos que dicha obra no es un mero soporte de interpretación literaria, de ideas, colores o formas. Es algo más, que logra contagiar algo de su luz, nos hace reflexionar y abre nuestra comprensión. Se incorpora así al patrimonio de nuestra memoria e identidad. Se hace parte de nosotros mismos.
Este proyecto ha tenido muy en cuenta en la exposición de las obras al espectador, para que pudiera participar de ellas de un modo participativo, con su implicación tanto emocional como racional, pero de un modo expreso y experimental, ha pretendido ser la invitación a contemplar UN CAMBIO DE PARADIGMA QUE VA DEL GENIO A LA RELACIONALIDAD.
Porque 2 + Dos, puede ser igual a 5.