Grupo LabCA
Texto utilizado en las sesiones teóricas del encuentro LabCA 2017
Según Picasso, el artista debía correr más veloz que la belleza. Si corriese a la misma velocidad, su obra sería un pleonasmo, como una tarjeta postal. Si fuera más despacio, sólo sería un mediocre. Mas si corriese más rápido, si bien en un principio sus obras pareciesen feas, ellas obligarían a la belleza a alcanzarlas y, una vez que esto suceda, se podría apreciar en ella a una belleza definitiva. Eso podría explicar cómo Parade (con vestuario y escenografía de Picasso) haya provocado un escándalo cuando fue estrenado en 1917 y obtuviera un gran éxito años después1.
En un principio la obra de arte puede ser tomada como fea, solo porque en apariencia rompe con las normas o dogmas de los cánones de la armonía plástica, y por lo tanto, no ser considerada arte. Con el tiempo se comprende la novedad que conlleva y se descubre una parte de belleza que se hallaba oculta. De este modo, ésta pasa a ser asumida y utilizada como un valor más. Este proceso en ocasiones se realiza de forma casi inmediata, pero en otras se necesita un período de descubrimiento y de adaptación más largo, dependiendo de la madurez estética de la sociedad receptora y de la carga de novedad que aporte la obra de arte.
El artista suele asumir algunas de las características establecidas porque la experiencia las ha reconocido como bellas y las usa en su proceso de creación, ignorando o transgrediendo en ocasiones otras tradicionalmente consideradas indispensables. La finalidad que se persigue es desarrollar la experiencia de la belleza, aunque en apariencia, parezca que se va contra ella. Esto es parte del proceso de renovación y readaptación continua de la belleza. Puede darse que lo que se transgrede, incluso lo que se rechaza, no sea verdaderamente un rasgo universal y atemporal de lo que experimentamos como bello, sino algo que parcialmente está ligado a una determinada época y concepción estética. Por esto su nueva valoración forma parte de la evolución del arte y de la belleza.
El artista tiene la misión de profundizar y sentir de tal manera la belleza, que sea capaz de generarla. No puede conformarse con recrearse en lo ya conocido. Para ser generador de belleza, y no sólo transmisor debe arriesgar, ir más allá. Si no es así, se podría decir que utiliza el arte con comodidad, sin asumir el riesgo al fracaso, al error, a la incomprensión. Le cierra el paso a la verdadera belleza, aquella que no permanece inmóvil, que está en permanente evolución, como nosotros, como la humanidad.
Hemos de ser conscientes de que la obra, la experiencia del creador y la del espectador, son fragmentos de una experiencia colectiva que tienden a articularse en unidad sobre la diferencia.
1. Laura Valeria Cozzo, “Un depósito para Jean Cocteau”, Actas de las X Jornadas Nacionales de Literatura Comparada. Asociación Argentina de Literatura Comparada, La Plata, 2011, p. 158. http://xjornadaslc.fahce.unlp.edu.ar/actas/Laura_Valeria_Cozzo.pdf