El artista sin obra

Certezas, intuiciones y divagaciones

María Jesús Ferro

Texto publicado en el catálogo “2+dos=5. Proyecto de comunión artística”

Este texto recoge la vivencia y las primeras reflexiones sobre una  experiencia surgida directamente de la práctica  de la creación artística, a la que hemos denominado “el artista sin obra”. Se llevó a cabo  durante el transcurso de un ciclo de exposiciones organizado para el Ayuntamiento de Tarrasa en el año 2019 que partió de un comisariado con la propuesta titulada 2 + Dos=5.

Es un planteamiento artístico nuevo que asumió un método de trabajo elegido previamente por todos sus integrantes, la comunión artística, práctica que cuando florece resulta ser tan sutil como el propio arte, ya que surge del mismo lugar que éste, en los umbrales, en los tránsitos, y siempre de forma espontánea. 

Todo proceso de experimentación lleva implícitos errores y logros, pero, en ciertas ocasiones, aparece otro componente, el de lo imprevisto,  que da lugar a hallazgos inesperados y muy fructíferos  en cuanto a crecimientos y descubrimientos. Aquí algunos factores como el trabajo conjunto, la disposición a darlo todo por la obra e incluso la combinación de elementos circunstanciales como momento, lugar, personas, etc., han contribuido al surgimiento del artista sin obra. Para que pueda producirse se necesita de un trabajo colectivo en el que sean otros artistas los que elaboren la obra plástica que, junto con la intervención del artista sin obra, llevará al resultado definitivo, poniendo lo mejor del talento propio al servicio de un trabajo en común.

La idea fundamental consiste en que un artista participe plenamente en un proceso creativo con otros artistas sin necesidad de generar él nada físico, volcando su actividad en la construcción conceptual y formal de la obra. De esta manera el artista vuelca su compromiso material en los demás, permitiéndose una libertad y una fluidez creativa necesariamente limitada desde el momento en que hay que formalizar. La  libertad creativa, cuando entra  en contacto con lo matérico, dirige la experiencia en una determinada dirección. Requiere de ciertos  tipos de acciones físicas  y técnicas que,  inevitablemente, conducen la actividad creadora por caminos diferentes a los que pueden recorrerse desde el compromiso inmaterial.  Este complicado posicionamiento para un artista plástico se realiza desde la consciencia de que lo material es imprescindible para que el arte deje de ser un concepto y tome forma como tal.

Para comenzar el relato de este hallazgo por el principio hay que destacar que la aparición de esta figura no fue algo buscado, sino que fue surgiendo de forma espontánea, respondiendo más a intuiciones sucesivas que a planteamientos a priori. El germen está en la primera exposición del ciclo, titulada Oscuro latido, en la que los artistas Isabel Alonso Vega, Ignacio Llamas y Beatriz López se enfrentaron al reto de crear un trabajo expositivo siguiendo el concepto de intervenir cada uno de ellos en la obra del otro. Isabel Alonso Vega creó su obra siguiendo esta directriz, pero no pudo participar en las últimas fases del diseño y montaje de la exposición, de modo que las decisiones respecto a su pieza quedaron a cargo de sus compañeros. Este hecho es significativo porque el artista sin obra necesita trabajar siempre con la obra de otros y aquí, antes del artista sin obra, ocurrió que una obra sin artista necesitaba ser completada. El audaz proceso experimental, que sirvió como concepto de la exposición, y las circunstancias coyunturales sentarán los cimientos para que más adelante se desarrolle plenamente la figura que nos ocupa, basada precisamente en la intervención en los trabajos de otros artistas. Ellos, lejos de seguir pautas ya marcadas, crearon sus propias pautas.

 En la última parte del proceso de preparación de la exposición Oscuro Latido Fernando Sordo colaboró  con el diseño de la sala y el montaje, aunque sin aportar obra propia, por lo cual fue calificado de manera informal como artista sin obra. El nombre partió de un comentario accidental, que en ese momento sirvió para definir a alguien que participaba en la exposición y que apenas intervino en el proceso creativo. Los diálogos, debates y observaciones que se dieron en torno a esta extraña colaboración impulsaron la idea de lo que podría suponer un artista sin obra. 

Como resultado la intervención de unos artistas en la obra de otros están ya la autoría e inspiración conjuntas, surgidas de forma espontánea e intuitiva. De este modo desde su origen la imagen del artista sin obra apuntó hacia una experiencia fértil y rica en posibilidades.

Para analizar el desarrollo de esta figura, desde una  experimentación ya intencionada, hemos de situarnos en la exposición Traído (por el viento). Se formó un grupo de trabajo compuesto por Susana Arce y José Luis Bomfim, con la colaboración de Ignacio Llamas al que posteriormente se incorpora  Fernando Sordo.  Entonces se  decide trabajar en una pieza conjunta, que  incluya obras producidas por  Arce, Bomfim y Sordo. En ese momento Llamas toma plena conciencia de que su aportación como artista, participando en el proceso creativo, será mucho más enriquecedora para la pieza que una labor de asesoramiento. Este hecho permite configurar el papel del artista sin obra y, en una decisión consensuada por todo el equipo, se acuerda que ésta será su aportación. 

Asi, participa en la construcción de la obra colectiva desde el principio. Aunque no hay en ella ninguna impronta de su trabajo material, ningún trabajo específico añadido, ni se ha “manchado las manos” en ningún momento, su actividad artística está absolutamente presente, como lo está su compromiso con todas las decisiones creativas. Según manifiesta Ignacio Llamas, desde un primer momento se involucra de lleno tanto con la creación como con todos los pasos que llevan a su consecución, sintiendo la obra completamente suya. Y en efecto, con su aportación, conceptual e inmaterial, ha adquirido pleno espacio artístico en la obra.

Esta experiencia incipiente nos deja algunas certezas. La primera es que la diferencia que existe en esta aportación, con respecto a una colaboración en el montaje o un asesoramiento artístico puntual, está claramente definida por su grado de implicación y relevancia. El artista sin obra se compromete con el proceso creativo en su totalidad, en todos sus aspectos y de principio a fin. Se trata de un artista que no está manualmente, y en este caso tampoco nominalmente en la obra, pero sí con todo su ser, participando en el proceso creativo como protagonista principal junto con los otros artistas.

La segunda es que, para que el artista sin obra pueda desarrollar su trabajo, se necesita de una participación colectiva en la que los artistas ofrezcan sus piezas a otro artista para que las intervenga e interactúe con ellas únicamente desde la creatividad, transformándolas sin alterarlas en su esencia. El artista sin obra necesita de los otros para entrar en el proceso creativo como tal, lo hace sin incluir una aportación material, pero a diferencia del comisario, quien generalmente trabaja solo con el concepto expositivo, el artista sin obra entra en el proceso artístico. De esta forma se comparte materialización y proceso colectivo, en un intento de darlo todo para que el proceso sea lo más integrador posible.  Esta pérdida relativa de posicionamiento es realmente una cuestión de actitud, de anulación voluntaria, aunque nunca es total. El artista se define por lo que no es, y para ello requiere basar su acción en una plena confianza tanto en sí mismo como en el resto de los artistas que participan en la experiencia.

La tercera certeza es la autoría del artista sin obra. Aunque literalmente se trata de un artista sin obra material, la propia definición podría resultar contradictoria o engañosa, pero no lo es si se considera desde la veracidad que conlleva, no desde la aparente realidad. Situándonos de nuevo en los umbrales del hecho artístico, el concepto en sí puede no ser cierto, pero es verosímil, y contribuye así a la desmaterialización del propio lenguaje artístico. En la pieza compuesta para la exposición Traído (por el viento) se da la presencia de una impronta, un lenguaje del autor, aunque sin intención, ya que un artista no puede desprenderse de sí mismo a pesar de los intentos de anulación de los propios recursos para ser fiel a la experiencia. Y es por eso que siente la obra como suya.

La intervención conceptual se ha materializado para dar cuerpo a la idea y, en esta acción, la obra ha adquirido su forma plena. Desde este planteamiento se da la paradoja lingüística de que exista un artista sin obra y, sin embargo, con plena autoría sobre ella. Así mismo se produce una situación  de delimitación compleja respecto al trabajo material e inmaterial, ya que Incluso en algunas manifestaciones del arte más actual, en el que factores como la idea, el gesto o la insinuación cobran cada vez más importancia en el mundo de la creación, los artistas plásticos tienen una parte de relación con la materia en la medida en que intervienen en ella. Primero está la conceptualización, pero es la materialización, la formalización de la obra, la que posibilita el arte.

Esta práctica plantea otra cuestión de gran interés, y es que la idea de autoría individual pierda importancia en favor de los resultados, de forma que los saberes particulares se diluyan para hacer que la obra crezca, liberándose en parte de personalismos y personalidades. Y lo que sobreviene en este intercambio es que la falta de autoría refuerza la autoría.

Cuanto más se intenta penetrar en la autoría individual del artista sin obra, más se diluye ésta, no es posible separar rasgos de un estilo determinado, una sensibilidad personal, y sin embargo percibimos  que su presencia artística sigue estando ahí. No es un trabajo  impersonal, muy al contrario  este trabajo se realiza de esta manera con una intención clara, hace que se establezca un juicio crítico para despertar la respuesta de los otros artistas. No hay imitación ni contagio de estilos porque el artista sin obra tiene tan marcada su propia convicción artística que ésta no puede imitar ni ser imitada. 

La última es que el artista sin obra, además de provocar relaciones artísticas y personales muy profundas, ayuda a crecer a los artistas, ofreciendo una perspectiva de su obra que ellos nunca podrían obtener desde su propio trabajo.

Todo lo expuesto nos lleva a constatar, una vez más, que el arte sucede. El arte no reside en el objeto mismo, sino en las relaciones entre todo lo que lo compone: pensamiento, conceptualización, ejecución y materialización. Por eso en los momentos menos previsibles surgen nuevas formas, nuevas proyecciones de la creación artística en las que, como en este caso, los procesos creativos se distribuyen y se asumen de forma no convencional, creando instantes que perduran si se canalizan de forma adecuada. Tanto la metodología, si es que puede existir en este asunto, como las aproximaciones teóricas y los análisis del cómo o del por qué siempre son posteriores. 

Conscientes de que se trata de un proceso incipiente y por tanto pendiente de una teorización más profunda, el objetivo de compartir esta experiencia es que pueda resultar sugerente y estimulante para otras futuras. Nos deja una huella con proyección en el futuro que puede ser punto de partida de sucesivas acciones artísticas. De cara a nuevos trabajos en los que se diera la posibilidad de una intervención del artista sin obra hay que recordar que la vivencia que estamos compartiendo es totalmente experimental, germinal y abierta. Requiere de una condición desprendida para trabajar con actitudes que posibiliten decisiones artísticas maduras. 

Después de enumerar los factores que han influido en el éxito de este trabajo, cabe mencionar lo que necesariamente debe quedar fuera para que el método funcione: el afán de protagonismo, la vanidad y la apropiación. La experiencia nos ha mostrado que un ego de artista mal entendido conduce a la búsqueda de protagonismo excesivo. Muchas veces los que se muestran como únicos en realidad tienen miedo a no salir victoriosos ante otros y no poseen la generosidad necesaria para llevar a cabo esta experiencia por completo. Tampoco se trata en ningún caso de tomar el trabajo de los otros como propio, como ocurriría en una apropiación en su sentido literal, ni del tipo de intervención creativa y legítima que se da dentro del movimiento artístico del apropiacionismo.

Es muy probable que en más ocasiones a lo largo de la historia se hayan puesto en práctica experiencias artísticas de este tipo por vías diversas, no sólo plásticas. Lo que aquí se pretende es potenciar y poner en valor esa forma especial de intervenir en un trabajo nominalmente de otros desde el voluntario anonimato artístico y la plena disposición creativa.

 Debido al estado inicial del descubrimiento no es momento de establecer, y menos de sentenciar, unas bases teóricas o metodológicas, pero sí de destacar la positividad y la plenitud  de esta experiencia real, además de constatar que el método es fructífero. 

Como ocurre en tantas ocasiones, en esta acción el resultado es más grande que la suma de sus partes. La falta de prejuicios y de miedo con que ha sido afrontada la ha hecho posible y la ha nutrido de atisbos de verdad. A veces, la diferencia entre una obra de arte que realmente lo es, y otra que no, está en un detalle mínimo que establece el equilibrio de todo el conjunto. En este caso, el artista sin obra ha sido el ingrediente que ha marcado la diferencia.