A modo de conclusión

Pilar Cabañas Moreno

Texto publicado en el catálogo “2+dos=5. Proyecto de comunión artística”

Tras este proceso

Para el taoísmo, del Uno surgieron los 10.000 seres que conforman el universo. El hombre que vive según esta creencia, solo alcanza su plenitud cuando es capaz de entrar en comunión con los demás seres que habitan dicho universo, hallando en la naturaleza las claves de cómo llegar a ello. Entonces su actitud de abandono en el fluir alcanza pleno significado. No se trata de dejadez, sino de sintonía, de unidad.

El suyo es un modo de aventurarse en los límites inexistentes de la comunión, y el nuestro, la comunión artística, un método para descubrir algunas de sus claves y posibilidades en torno a la creación plástica.

Hemos utilizado las cuatro exposiciones como cuatro estudios de caso en esta experiencia de comunión artística. Con las entrevistas a los integrantes de cada uno de los grupos hemos elaborado las siguientes conclusiones.

La comunión es poliédrica.

Cada grupo ha afrontado la materialización de su creación con las mismas premisas, ya mencionadas en los textos anteriores, pero con un sistema de trabajo distinto.

Fosc batec, Oscuro latido, fue desarrollada desde un diálogo entre los artistas y sus obras. La dinámica arrancó de un dibujo de Beatriz López, que es un hueco, que incluía un texto en el que se habla de vacío interior, vacío lleno, vacío eterno. Casi, como si de una reacción en cadena se tratara, los otros dos artistas implicados, Ignacio Llamas e Isabel Alonso, fueron trabajando en función de la obra del otro. Escucha, apertura hacia lo ajeno y desprendimiento de la propia obra, manteniendo la identidad personal, que al anularse brilla con más fuerza. Los tres lograron dar forma material al vacío, a la oscuridad de los temores, a su disolución y a los dolores que se amontonan a lo largo de una vida para hacernos crecer, para sumergir al espectador en el misterio del arte, que es su trascendencia. 

Fernando Sordo participó generosamente como “artista sin obra”, aquel que pierde todo protagonismo, para haciéndose nada acoger la obra de todos los demás en su conjunto. Su participación en el montaje resultó clave, pues cargado de experiencia, y con la distancia de quien mira como espectador, ayudó a estos tres artistas a recorrer todo el proceso.

El resultado fue una exposición circular, no de piezas independientes, sino de obras que daban la sensación de ser la unidad instalativa de un único artista. Un gran logro al conseguir manifestar que la unidad en la diversidad es posible.

En la segunda exposición Portat (pel vent), Traído (por el viento), los artistas decidieron trabajar sobre la idea de la memoria, reuniéndose periódicamente para trabajar conjuntamente una pieza que invadió el centro de la sala. De este modo la pieza fue creciendo a la vista de todos ellos, poco a poco, con las aportaciones y sugerencias de cada uno. Trabajando así Fernando Sordo concibió una obra que remitía tanto a los laberintos de las conexiones neuronales, como a las lindes territoriales vistas desde lo alto. Al colocarla en el suelo servía de base para acoger los dibujos de paisajes vividos de José Luis Bonfim y las piezas textiles de Susana Arce, redes en las que quedan atrapadas nuestras experiencias. En esta ocasión fue Ignacio Llamas el artista sin obra. A diferencia de la instalación anterior, esta se concibe como una única pieza, una pieza colectiva, no como la suma de diferentes aportaciones individuales.

En Siempre Ulises, la tercera muestra de este ciclo, una vez elegido el tema de la vida como viaje tras unas primeras sesiones, se eligió a Ulises como figura literaria emblemática. Se dio inicio a un periodo de reflexión en el que cada uno trabajó por separado descubriendo dentro de sí la imagen del Ulises que crecía dentro. Esto llevó después a una selección de obra realizada entre todos, con el criterio de unidad en el discurso, lo que implicó en cada uno renuncias de protagonismo e imposición. En una segunda fase, se buscó la interacción de unas obras con otras para establecer relaciones que dotaran de unidad a la exposición dando el salto de calidad buscado que te permite pasar de una muestra colectiva a una muestra unitaria. La querida Ítaca de Ulises fue representada por Agustín Laguna con dos piezas colgantes de papel azul intenso, despegando al espectador de las paredes y dando color al blanco suelo de sal del espacio; la interacción, e incluso intersección, de las esculturas de papel de Kati Riquelme y las fotografías de Paulo Cacais llevó al público a considerar que era la pieza de un único artista. La humildad en el modo de exponer las fotografías de Concha Casajús, doblada en una esquina, o tirada bajo la sal, demostró una vez más que no se trata de una colectiva, sino de la posibilidad de una exposición vivida de unos artistas por otros.

En la cuarta exposición, Nit Serena, Noche Serena, ha partido de una experiencia vital en torno al dolor y la ausencia, entre la vida y la muerte. Los tres artistas han donado de un modo muy personal y generoso lo vivido, pero desde la serenidad de quien ha integrado la riqueza del dolor en su ser. La representación del cuerpo dolorido y fragmentado de Javier Viver, a través de sus intervenciones de fotografías documentales del archivo fotográfico del hospital Pitié-Salpêtrière de París, uno de los primeros de psiquiatría clínica; el dolor de la ausencia en las paredes de una casa abandonada que dejan ver un bosque de Olga Simón; y el final de la vida proyectada sobre una cama de hospital (Araceli Merino), todas ellas, en relación unas con otras hablan de cómo vivir con ello, de cómo integrarlo, de cómo resolverlo. Una luz encendida en una jaula suspendida del techo ilumina la sala. En su natural movimiento gira proyectando los barrotes sobre el resto de las piezas y las paredes; y un canto de ballenas suena a los pies de la cama, junto a una respiración que se apaga. La sintonía de partida entre las obras ha sido completada por estos elementos unificadores. Todo, piezas, luz y sonido, se comportan como un único regalo al espectador. En esta ocasión ha sido el contenido de fondo de cada una de las obras lo que ha generado el nexo de unión de la muestra, y donde ha recaído todo el peso de la comunión.

Por tanto, es un hecho que la comunión no obliga a un modo específico de trabajar, sino que lo importante son las premisas de desapego de la propia obra y el respeto de la obra del otro. La diversidad de modos de hacer es posible en función de las inquietudes, las circunstancias personales o de distancias geográficas, las motivaciones, etc. Además, esto ha llevado a orquestar cada una de ellas en función de la atmósfera a generar, en función de la unidad, y no por jerarquización de lugares en función del reconocimiento y experiencia del artista, ni en función de un reparto equitativo de los espacios. El esquema de exposición colectiva quedó descartado en todo momento y en cada una de las propuestas de modo que la totalidad fuera entendida como una única obra.

Se amplifica la inspiración, potencia los talentos

Una de las consecuencias entresacadas de la experiencia comentada por los artistas es que la comunión artística tiene como efecto una amplificación de la inspiración, y una más clara percepción. Hablamos de una inspiración individual que se puede trabajar de forma personal o en equipo, siempre que se respete el ser de cada uno. 

La inspiración puede surgir como fruto de esta experiencia de comunión, que cada individuo vive de forma personal. La escucha profunda ejercida por el otro sirve de espejo a aquello que, aun estando dentro de mí, soy incapaz de hacer aflorar sin la ayuda del otro. Sedimenta las ideas en suspensión. 

Es así como la confrontación en comunión ayuda a que nuestra propia obra, no una obra conjunta, encuentre su más perfecto deber ser. Porque a veces recursos aprendidos, determinados vicios, la comodidad de una solución, o el simple bloqueo en un momento dado, acaban dominándonos, y somos incapaces de sacudirnos para volvernos a quedar limpios. En estas ocasiones la ayuda de la presencia y la visión de otro constituyen un impulso para saltar por encima de nuestras propias barreras.

Dilata nuestro mundo

Nuestro existir como seres humanos tiende a vincularnos unos a otros y con la realidad que nos rodea con una casi infinita red de relaciones. En ocasiones ha existido el temor a contaminar la propia creación artística, pero experiencia ha demostrado que la comunión artística, basada en el valor de la relación, interna y externa, y en la calidad de estas, lo que permite que nuestro mundo personal y artístico se dilate, nos saque de nuestra torre de marfil.

Por otro lado se ha advertido que la concepción de la comunión va más allá de las relaciones entre individuos. Su carácter relacional se extiende a muchos de los aspectos puramente artísticos de la creación, a las vinculaciones internas de la propia obra: las relaciones entre sus valores estéticos y de autenticidad; entre las diferentes partes, como el concepto y la plástica, en las composiciones, en los materiales empleados y su adecuación al interés del objetivo final de la creación, etc. Y en sus relaciones externas, con el entorno, y con el contemplador. La obra no es un ente aislado. No se trata solo de exhibir, sino de crear la atmósfera adecuada para que las obras puedan ejercer su función y llevar al espectador a la participación de ella.

Las conclusiones sacadas de la dinámica titulada Interferencias están también en esta línea. La apertura al otro, ajeno al inicio a la concepción de la instalación, que ha contemplado lo creado con una mirada distinta, ha provocado que esta experimente un crecimiento de significados que la completan sin restar fuerza estética o expresiva.

A partir de esta dinámica activa de “en comunión”, ha sido posible alcanzar un resultado plenamente válido y unitario. La contemplación profunda del espacio, sus limitaciones lumínicas, el recorrido del espectador, las peculiaridades de la obra, sus significados, todo ha de ser tenido en cuenta. La obra es importante, pero aislada, como objeto, posee tan solo una parte de su ser. Es en relación con todo lo anteriormente mencionado cuando esta, gracias a la escucha y mirada atenta del artista, consigue acercarse a una mayor plenitud. Se presenta entonces ante el espectador como un regalo, y el profundo diálogo establecido entre ella y el artista/interferencia, es una materialización de la potencia contenida en el arte cuando nos acercamos a él en una verdadera actitud de escucha y acogida.

Valor universal

La posibilidad de realizar esta experiencia está abierta a todos los artistas, y además, la relación de comunión es extensiva a todas las demás personas que componen el entorno artístico, tanto en su vertiente “teórica” como “práctica”: críticos, comisarios, galeristas, directores artísticos, incluyendo también al espectador.

Dado que lo importante en esta participación no ha sido qué hacer conjuntamente, sino cómo hacer, hemos comprendido que la comunión artística no está sujeta a ningún posicionamiento estético, sino que puede practicarse incluso entre miembros de diferentes corrientes artísticas o distintas disciplinas.

Sobre otro matiz del valor de lo universal nos advierte Carl Gustave Jung, quien consideraba que la esencia de la obra de arte no debía estar afectada por particularidades personales, dado que lo personal es una limitación para hablar al espíritu y al corazón de la humanidad. Afirma que “Lo personal es una limitación, en verdad hasta un vicio del arte”, y continúa: “Como persona puede tener caprichos, voliciones y objetivos propios, como artista, en cambio, es hombre en superior sentido, es hombre colectivo, un portador y conformador del alma inconscientemente activa de la humanidad”1.

Aunque aparentemente parezca una contradicción, y en la sociedad hoy cause pánico que se diluyan los límites de lo que me hace diferente y permite mi identificación, siendo fiel a uno mismo y a nuestras raíces, sabiendo quién somos, podemos ser capaces de abrirnos a los demás, a otras culturas, a otros períodos históricos, a otras artes, a otras visiones, etc., sin temor a desaparecer. La libertad que te da saber quién eres, te concede la fuerza para recibir lo diferente a ti como una riqueza y no como una amenaza. Te permite participar de otras formas de comprender la vida y el arte. Te posibilita asumir otras manifestaciones plásticas distintas a la tuya, o la de tu cultura, sin temor al riesgo de contaminación o pérdida de identidad, como aportación positiva al propio ser y actuar artístico.

Adoptar una mirada humilde es imprescindible para que ésta sea amplia y limpia, y aceptar sin prejuicios, sin jerarquías ni temores la cultura del otro. Si crees en la validez de las otras culturas las haces también tuyas.La identificación de Jung de lo personal como vicio, en este caso lo entendemos como un apego que quita libertad, pero sin duda son sus vivencias, sus experiencias, temores y fracasos, sus luces y sombras, la materia prima que hay que reelaborar para conseguir que tenga un valor universal, ya que en el arte debe darse una transformación, que pase de lo particular, que posee relativo interés, a lo universal. Por tanto podemos deducir que para alcanzar la verdadera dimensión universal de la obra el artista no puede olvidarse del otro, de los otros. Lo que no implica que deba tenerse en cuenta en el momento de la concepción de la obra. De hacerlo así no sería autónomo, estaría condicionado, sería un apego más del que tendría que desprenderse. Sin embargo, es previamente, en su formación, en su día a día, que debe ejercer esta apertura hacia lo diferente, que constituye un regalo y un enriquecimiento. 

La comunión no pretende uniformar el pensamiento, sino enriquecerse de su diversidad para aspirar a la universalidad. Solo así las creaciones pueden llegar a tocar a personas de otra cultura, de otra generación, de otro tiempo, de otro lugar. 

Se consigue la universalidad, a través de la fidelidad a uno mismo en apertura a los demás.

Después de todo este recorrido, de estos largos meses de trabajo, podemos afirmar a modo de conclusión final que el Arte es en sí una llamada a la comunión de los hombres entre ellos mismos y con su entorno. 


1. Jung, C.G. (1875-1961), Formaciones de lo inconsciente, Barcelona, 1990, p. 21; también Paidós, 2008