La comunión artística y el carácter relacional en la obra de arte

Grupo LabCA

Conferencia impartida en el encuentro LabCA 2017

Nuestra realidad como seres humanos nos vincula unos a otros y con la realidad que nos rodea con una casi infinita red de relaciones. La idea de la Comunión Artística se basa en el valor de la relación, interna y externa, y en la calidad o profundidad de dichas relaciones. Nos interesa analizar aquellas que consideramos relevantes en torno a la creación artística y su recepción.

Generar una obra teniendo presente esta idea de Comunión Artística pone el acento en el cómo hacer para que la obra alcance su mayor plenitud. Porque la novedad radica en el método, cuyo resultado final es confiado al fruto del establecimiento de un diálogo profundo para alcanzar su mejor expresión y sentido.

Es por ello que esta visión relacional del arte no es exclusiva de una corriente, movimiento o tendencia artística o estética, por lo que no establece límites entre quienes se vinculan, pudiendo preservar su carácter individual. 

Nuestra propuesta de contemplar, o concebir la comunión en su carácter relacional más completo, viene de ser conscientes de que esta puede estar presente, no solo en las relaciones entre individuos, sino también en muchos de los aspectos puramente artísticos de la creación, en las relaciones internas de una obra de arte: las relaciones entre sus valores estéticos y de autenticidad; entre las diferentes partes, como el concepto y la plástica, en las composiciones, en los materiales empleados y su adecuación al interés del objetivo final de la creación, etc. Y en sus relaciones externas, con el entorno, y con el contemplador, activo o no.

Es una forma de entender el arte que va más allá del conocimiento comprendido dentro del artista.‍

1. Comunión del artista con el devenir de la obra

Si pensamos en la inspiración, podríamos definirla como un movimiento interno, una sacudida interior con la que me encuentro, que me llama y que debo escuchar, en la convicción de que siempre me revela algo. En la medida en que entro en relación con esa sacudida, ésta se convierte en revelación para mí mismo y después, a través de la obra, también para los demás. Se desarrolla, tiene lugar una comprensión intuitiva.

Así, entre el artista y su inspiración, que sabe reconocer como algo distinto a sí mismo, existe una tensión. Pero el artista debe ser fiel a esa inspiración, haciendo de este modo se respeta a sí mismo, a la obra y el deber ser de esta, a su mejor aspiración para ella. Esto le impide anclarse en el pasado, copiar lo ya realizado y le empuja a contribuir al desarrollo del arte. Le hace conocer algo más de lo que la persona ya conoce de sí, de la sociedad, de la cultura, del mundo. Le desvela parte de los misterios, o pone en él la búsqueda de la verdad profunda de las cosas, los porqués del ser humano, de la vida, la muerte, el dolor…

En una entrevista el poeta argentino Hugo Mújica este decía al respecto:

La inspiración es un soplo que al atravesarnos nos hace voz, pero el hecho es el escuchar o el sensibilizarse a esa inspiración, a ese tono que inicia en nosotros una respuesta; […] Esa respuesta es el poema y el poema vale en tanto comunique, en tanto deje una porosidad de indefinición para que ese soplo siga gestando y geste un significado o sentido en el lector.1

Es por ello que el artista debe vivir hacia dentro para vivir hacia fuera. Debe encontrar, sobre su silencio interior, aquello que dar al espectador que vaya más allá de sí mismo. A través de su ser, de su conciencia, de su voluntad, impregnado de su compromiso con la humanidad en su dimensión más amplia, “aquello” ha de encontrar la forma de materializarse. 

El artista, vacío de sí mismo y desapegado de la obra (por ejemplo: de lo ya hecho, de los intereses de éxito, etc.), entabla desde el primer momento un diálogo profundo, antes incluso de que la obra en cuestión encuentre su forma material. Es uno de los momentos más gustosos de la creación, en el sentido de que es cuando se saborea, cuando “se gusta” la verdad, y por tanto se entra en una dimensión de conocimiento con una realidad que está en nosotros y al mismo tiempo, más allá de nosotros mismos.

No siempre el artista logra ser fiel a esta tensión, a este diálogo, a esta comunión con la obra. Son muchas las tentaciones a las que está expuesto al vivir en sociedad. La vanidad puede sentirse halagada en un momento concreto, e inclinarse a prolongar la creación de una obra ya agotada; puede sentir temor para aceptar nuevos retos y aferrarse a lo ya aprendido; una promesa o un sustancioso encargo pueden resultar seductores, y sin embargo derivar en una traición a uno mismo.

¡Quién no conoce el ejemplo de Van Gogh! convertido hoy en un ejemplo paradigmático de cómo supo recorrer el camino del arte fiel a su personalidad y a su inspiración, a su responsabilidad con una sociedad que le daba la espalda.

La honestidad y el compromiso con la obra son responsabilidades adquiridas por el artista con la sociedad del presente y también del futuro. De otro modo, no podría desvelarse poco a poco el misterio de lo oculto que se esconde en la creación artística.‍

2. Comunión entre las distintas partes de la obra

La concepción de belleza que se configura desde la idea y la práctica de la Comunión, es aquella que reside no en los elementos o las partes que constituyen la obra de arte, sino en la relación entre ellos. Es una relación coherente de equilibrios. Su belleza y significado se desprenden de la unidad de las partes, y no simplemente de su suma. Es una belleza relacional, concebida desde su participación en la UNIDAD. Esta es una de las principales ideas que subraya la comunión artística.‍

Entre lo formal y lo conceptual:

Para que se de esa comunión, ha de existir una relación coherente y equilibrada entre la parte formal y la conceptual de la plasmación artística; entre el aspecto estético de la obra y la idea que se quiere comunicar; entre los materiales seleccionados y la temática elegida, no debiendo una someter a la otra. Ambas deben estar presentes en su justa medida, de tal modo que la creación se pueda percibir como un todo.

Desde la idea de la relacionalidad se entiende que una obra que no tiene un contenido, una idea detrás, es solo escaparate, solo fachada, es únicamente decoración. Una obra, que da una importancia tan grande a la idea, que quiere comunicar, que se olvida, o no tiene en suficiente consideración la materialización, será muy interesante, pero puede que la obra no pertenezca al campo de la belleza, sino al del conocimiento. El quid de la cuestión está en la relacionalidad.‍

Entre los elementos formales:

El artista debe buscar una justa relación con el material en sí, con las técnicas y con los procedimientos empleados, para que verdaderamente sean los canales de comunicación adecuados y eficaces.‍

Entre el pasado y el futuro:

La belleza absoluta es algo inabarcable, por ello nuestra participación en ella siempre estará en continua evolución, en permanente desarrollo.

Por esta razón el artista ha de mantener la tensión entre el pasado y el futuro. Se debe conocer el bagaje artístico y cultural que llega hasta nosotros, tenerlo en cuenta y aprender de él, pero sin pararnos en lo ya realizado. No copiar, sino crear.

En ocasiones el artista debe renunciar al dogma de la tradición que rodea la creación artística si lastra sus facultades, para en libertad ser fiel a su inspiración.

Mirar hacia el futuro quiere decir estar abierto a la novedad, a las nuevas técnicas, a los nuevos conceptos, a los nuevos pensamientos, a la nueva sociedad. Significa estar vacíos de nosotros mismos, de nuestros miedos, de nuestras expectativas. Sólo así podremos ser partícipes del desarrollo del arte, no solo espectadores. Adelantarse a la belleza para ser capaz de generarla, para ser capaz de hacer avanzar el arte. Como dice Miró, de “Más que el cuadro mismo, lo que cuenta es lo que lanza al aire, lo que difunde. Poco importa que el cuadro sea destruido. El arte puede morir, lo que cuenta es que haya difundido gérmenes sobre la tierra”.2

3. Comunión de la obra con el entorno

La obra no es un ente aislado, no es un mero objeto, sino un conjunto de formas y significados que alteran sus matices y hallan su ser más pleno en función de su entorno. 

La misma obra en un espacio o en otro, con una luz u otra, en un determinado orden dentro de una exposición puede alterar su percepción y significado, puede variar su capacidad de comunicación, de sorprender, de despertar el deseo. 

Esto es algo de lo que el creador debe ser consciente para que la obra sea eficaz y la capacidad de contemplación del espectador se potencie.

El artista debe conocer a fondo sus piezas y estudiar el espacio y las condiciones que deben habitar. Y él, o quien instala una determinada exposición debe estar dispuesto a renunciar a ideas de montaje preconcebidas (número de obras, obras elegidas, lugar destinado…) para trabajar consecuentemente en función del diálogo que la pieza, o las piezas, son capaces de entablar con el espacio. El reto del espacio siempre es nuevo y obliga a un diálogo continuo, donde con frecuencia uno ha de ignorar lo aprendido.

Esto que frecuentemente es tenido minuciosamente en cuenta en el caso de las instalaciones, se olvida cuando de un modo simplista pensamos en las obras como algo acabado que deseamos exhibir. No se trata de exhibir todo lo que hemos hecho, sino de crear la atmósfera adecuada para que las obras puedan ejercer su función y llevar al espectador a participar de ella.‍

 4. Entre mi yo y el otro, mi cultura y las otras

C. G. Jung considera que “la esencia de la obra de arte no consiste en efecto en estar afectada por particularidades personales –cuanto más lo está, tanto menos se trata de arte- sino en elevarse sobre lo personal, lejos del espíritu y del corazón, y hablar para el espíritu y el corazón de la humanidad. Lo personal es una limitación, en verdad hasta un vicio del arte”. Y continúa: “Como persona puede tener caprichos, voliciones y objetivos propios, como artista, en cambio, es hombre en superior sentido, es hombre colectivo, un portador y conformador del alma inconscientemente activa de la humanidad”.3

Para alcanzar la verdadera dimensión universal de la obra el artista no puede olvidarse del otro, de los otros. Esto no quiere decir que deba tenerse en cuenta en el momento de concepción de la obra. De hacerlo así, sería un apego más del que tendría que desprenderse. Sin embargo, es previamente, en su formación, en su día a día, que debe ejercer esta apertura hacia lo diferente de sí, que constituye un regalo y un enriquecimiento. 

Vaciarse de sí mismo y de su cultura, es el primer paso para ser libre y que la obra pueda ser realmente universal.

El ejemplo más habitual de cómo el artista ha de dominar la técnica hasta olvidarse de ella puede servirnos para entender cómo después de acoger lo diferente, debemos olvidarnos de ello, de manera que pueda equilibrarse la tensión entre la fidelidad a sí mismo y la apertura hacia los demás. Aunque aparentemente parezca una contradicción, y en la sociedad hoy cause pánico que se diluyan los límites de lo que me hace diferente y permite mi identificación, siendo fiel a uno mismo y a nuestras raíces, sabiendo quién somos, podemos ser capaces de abrirnos a los demás, a otras culturas, a otros periodos históricos, a otras artes, a otras visiones, etc., sin temor a desaparecer. La libertad que te da saber quién eres, te concede la fuerza para recibir lo diferente a ti como una riqueza y no como una amenaza. Te permite participar de otras formas de comprender la vida y el arte. Te posibilita asumir otras manifestaciones plásticas distintas a la tuya, o la de tu cultura, sin temor al riesgo de contaminación o pérdida de identidad, como aportación positiva al propio ser y actuar artístico.

Adoptar una mirada humilde es imprescindible para que ésta sea amplia y limpia, y aceptar sin prejuicios, sin jerarquías ni temores la cultura del otro. Si crees en la validez de las otras culturas las haces también tuyas.

Sólo a través de la diversidad de cada uno se puede llegar a la unidad. La comunión no pretende uniformar el pensamiento, sino enriquecerse de su diversidad para aspirar a la universalidad. Solo así las creaciones pueden llegar a tocar a personas de otra cultura, de otra generación, de otro tiempo, de otro lugar. 

Se consigue la universalidad, a través de la fidelidad a uno mismo en apertura a los demás.

Por ejemplo, el saxofonista británico John Butcher comenta cómo la experiencia de improvisar en trío con el violinista Phil Durrant y el guitarrista John Russell le llevó a encontrar en su saxofón una manera de matizar con la misma rapidez y finura que empleaban ellos en sus instrumentos de cuerda […] Es decir, que a pesar de tocar instrumentos totalmente diferentes, y además de una manera nada canónica, Durrant y Russell contribuían al concepto de saxofón que desarrollaba Butcher en aquel momento.4

La resolución equilibrada de las tensiones que pueden surgir en el proceso creativo es posible gracias a la comunión, que se vale de una atenta escucha a cada una de las partes. Los elementos y sentimientos aparentemente enfrentados son percibidos como unidad: vacío de sí mismo y plenitud; sacrificio y placer; luz y oscuridad; desolación y encuentro…. En la creación se ha de conseguir resolver la tensión de la dualidad, de manera que la obra sea percibida como un todo. ‍

5. Comunión entre el artista y el espectador

El artista no puede ver al público como un extraño, tiene que establecer una relación con él. No puede ser concebido como un estorbo, un comprador al que vender o venderse, o una “cosa” para manipular.

El espectador debe estar presente en el momento de la creación. Se debe pensar en aquellos que recibirán la obra, pero no sólo en los contemporáneos del artista, es decir, en un público inmediato, sino en un público futuro, que establecerá una relación con esa obra después de años, o después de siglos reconociéndose en ella.

El símil de la educación de los hijos podría servir. En ocasiones ante las decisiones de los padres los hijos no entienden nada, piensan que no se les quiere, que se actúa  para fastidiar, cuando no es así. El padre piensa en su futuro, en lo que puede sobrevenir, en aquello que le construirá y le será útil más adelante.

Por lo tanto, pensar en el espectador no requiere hacer algo fácil de entender para poder ser cercano al público presente; ésta es una idea errónea. Hay que hacer algo nuevo para ayudarle a emprender ese camino artístico, para hacer evolucionar el conocimiento de la belleza, para desarrollar su sensibilidad en el presente. Pero al mismo tiempo, se ha de intentar establecer lazos de relación con el público futuro, que responderá a un universo estético y conceptual distinto al nuestro. Difícil y etéreo, pero real y factible si se vive en la intensidad del presente, libres y en humildad.

Respetar al público quiere decir creer que podrá entender la novedad, que tiene la capacidad de acogerla, sin pensar que sólo puede comprender lo ya conocido; significa confiar en la capacidad de éste para no anclarse en el pasado, superar la historia y caminar hacia el futuro. Por lo tanto, esta relación con el público debe pretender lo mejor para él, no aceptar que se detenga, que se estanque, sino ayudarlo a crecer, a avanzar, a dejar atrás la mediocridad. Ayudarle a abrir su mente a nuevas posibilidades.

La comunión con el espectador es potente, porque en la medida en que el creador tiene presente al espectador, lo lleva dentro de sí, avanzan juntos, enriquecidos uno de otro.‍

6. Comunión del espectador con la obra de arte

Esta visión relacional del arte implica también la comunión del espectador con la obra de arte. A través de la contemplación, serena y empática, podemos alcanzar, como espectadores, una comunión que nos haga captar en profundidad lo que la obra es capaz de darnos, de transmitirnos.

Para un adecuado diálogo con la obra, para su contemplación, se requiere un ánimo humilde y acogedor, de actitud agradecida hacia lo que se recibe, ese regalo que el artista5 nos ofrece a través de la obra.6 

Por tanto, como espectadores debemos estar en disposición semejante a la que el artista tiene con respecto a la inspiración, es decir, vacío de sí mismo y de sus prejuicios. Solo así la obra encontrará un espacio interior donde instalarse.

Cuando logramos entablar esta relación, descubrimos que dicha obra no es un mero soporte de interpretación literaria, de ideas, de sonidos, de colores o de formas. Es algo más, que logra contagiar algo de su luz y belleza a nuestra existencia, nos hace reflexionar, nos orienta éticamente y abre nuestra comprensión.

Estas actitudes resultan una potencia decisiva en el contemplador.

Vivimos la obra cuando al contemplarla, la hacemos nuestra, la interiorizamos dentro de nuestro propio curso vital. Lo contemplado se transforma entonces en experiencia vivida y sabiduría. Se incorpora así al patrimonio de nuestra memoria e identidad. Se hace parte de nosotros mismos. 

Por tanto, sus efectos clave son:

  • Abre nuestra comprensión
  • Nos desvela los misterios
  • Nos hace reflexionar sobre nuestro ser

Otros artistas antes que nosotros supieron que en la comunión y en el anularse estaba la clave. En 1951 decía Joan Miró: “El artista es un hombre que ha de superar el estadio individualista y esforzarse para acceder al estadio colectivo. Ha de llegar tan lejos como pueda, eliminar, rechazar, desnudar la individualidad para sumergirse en el anonimato”.7

Las ideas que se presentan están sacadas de la vida y de la reflexión crítica, no es algo que nos hayan contado, sino algo que hemos experimentado y visto sus frutos.

Por todo lo desarrollado anteriormente podemos definir esta nuestra experiencia dentro de una estética de comunión, formulando además la propuesta de considerar la comunión  como una categoría estética.

En lo avanzado hasta ahora hemos puesto el acento en el establecimiento de relaciones desinteresadas, humildes y sinceras entre los muy distintos elementos y protagonistas que participan en el proceso creativo, de recepción y de participación de la obra, definiendo comunión como un tipo de vínculo profundo e intenso, que ha de llevar a empatizar de un modo notorio con aquel o aquello con lo que se establece la relación.

Si utilizamos por ejemplo la definición que Marx da de categoría como abstracción de lo real, que define la realidad, o cierto sector de ella en sus determinaciones más generales, podemos ciertamente identificar la comunión, como una categoría que define la realidad desde el ser más profundo de la dinámica relacional.

Dado que el campo de actividad que nos ocupa es el del arte, hemos de añadir al término categoría el de estética, entendido desde las relaciones múltiples que se establecen en torno a creador/obra/receptor, y que actúan en el consciente y subconsciente del ser humano causando una impresión afectiva, de sensaciones y de conocimiento.

La profundidad de las relaciones que se alcanza a través de la comunión nos lleva a una nueva dimensión creativa y de recepción/participación, a una nueva forma de entender, y quizás también, de valorar el arte.‍


  1. GÓMEZ, Llanos. “Hugo Mújica y el acto creador”. Biblioteca Virtual Universal. http://www.biblioteca.org.ar/libros/151396.pdf [Consulta: 30/05/2017]
  2.  Entrevista con Yvon Taillandier. XXe Siècle, 1959. Rowell 2002: 339. 
  3. Jung, C.G. (1875-1961), Formaciones de lo inconsciente, Barcelona, 1990, p. 21; también Paidós, 2008
  4. MATTHEWS, Wade, Improvisando. La libre creación musical, Madrid, Turner, 2012, p. 135
  5. Javier Barraca y P. A. Urbina hablan de “la estética de la llamada o del encuentro”, entendiéndolo como un juego entre el deseo y la donación en la experiencia estética. De acuerdo con esta determinada lectura de la estética de la llamada o encuentro, la Creación es eros para algún ágape final. Javier Barraca: “Estética y formación humana: el valor de la estética en la educación”, Revista Educación y Futuro, no. 24, abril, pp. 205-219, Madrid, Ces don Bosco, 2011.
  6. Cabañas, Pilar, “Al hilo de la naturaleza”¸ en Natura Naturans. Arte Contemporánea, Venecia, 2014, p. 37
  7. Entrevista de Georges Charbonnier a Joan Miró, 1951, en Margit Rowell (ed.), Joan Miró: Selected Writings and Interviews, Londres: Thames and Hudson, 1987, p. 221.