El arte trascendente

Grupo LabCA

Texto utilizado en las sesiones teóricas del encuentro LabCA 2017

La obra está más allá del artista.

Si buscamos en el diccionario el término trascender encontramos al menos tres acepciones, muy ligadas entre sí: penetrar, comprender o averiguar alguna cosa que está oculta; extender o comunicarse los efectos de unas cosas a otras, produciendo consecuencias; y empezar a ser conocido o sabido algo que estaba oculto.

Ananda K. Coomaraswamy explica: 

En cualquier lugar de Oriente donde el pensamiento hindú o budista haya calado lo suficiente, existe la firme convicción de que la mente concentrada y dirigida hacía un punto tiene acceso directo a toda clase de conocimiento, sin necesidad de la intervención directa de los sentidos. Es probable que todos los inventores, artistas y matemáticos hayan tenido más o menos contacto con esta realidad a través de sus experiencias personales1.

Siguiendo la terminología psicoanalítica sería la introversión deliberada de una mente creativa, que se zambulle en su interior para reunir todas sus fuerzas, sumergiéndose por unos instantes en la fuente de la vida, y de esa unión brota una nueva fertilidad2.

Solo por esta razón podemos pensar que la vocación del arte es llevarnos más allá. La obra creada es un objeto, y lo que vemos, no es más que su parte superficial, “su manifestación externa”, un cuadro, una escultura, una poesía. Lo que realmente importa es lo que guarda, lo que va más allá de la forma, lo que llega a hacer presente recurriendo a unos medios técnicos, y los cambios que provoca, sus efectos. 

Las imágenes creadas, los sonidos compuestos o los volúmenes construidos son pistas a seguir, que nos indican el camino que debemos tomar para descubrir un algo más, que no es otra cosa que la relación con lo absoluto. Relación que intenta dar respuesta a los interrogantes más profundos del ser humano, aquellos referentes al sentido de su propia existencia. Quedarse en el análisis del color, la forma o la composición es quedarse en los estratos periféricos, epidérmicos, es no llegar a su interior y compartir los misterios que toda obra trata de desvelar.

Dejar aflorar lo que estaba oculto, hacer evidente lo escondido, sepultado con frecuencia por la carga racional con la que abordamos todo lo que nos rodea. Y en el caso de la belleza, según afirma Coomaraswamy, ésta no puede ser aprehendida de forma objetiva. Ha de sentirse siendo indiferente el motivo permanente de que se trate, y nos aclara que la experiencia estética puede desarrollarse incluso a pesar del desagrado moral o sensual3.

La trascendencia del arte reside en la experiencia estética que nos lleva a hacer, pero según Benedetto Croce, “las obras de arte no producen efecto alguno salvo en las almas dispuestas a recibirlas”4.


  1. Ananda K. Coomaraswamy, Danza de Siva, Madrid, Ediciones Siruela, 1996, p. 24.
  2.  Carl Jung, Psychology of the Unconscious, Nueva York, Dover Publications, 2003, pp. 330, 336.
  3. Ananda K. Coomaraswamy, Danza de Siva, Madrid, Ediciones Siruela, 1996, p. 35
  4.  Citado en Ananda K. Coomaraswamy, Danza de Siva, Madrid, Ediciones Siruela, 1996, p. 36.