Grupo LabCA
Texto utilizado en las sesiones teóricas del encuentro LabCA 2017
Cabría preguntarse alrededor de la idea de trascender, por qué incluso el más vanidoso de los genios queda atónito ante su propia obra, y permanece mudo frente a unos valores estéticos que parecen venir de un más allá de sus manos. Se reconoce movido interiormente por algo que le supera. Desde tiempos remotos se habla de las Musas, del numen, de la inspiración, del furor de lo divino…
Picasso confesaba: “Yo no busco…: encuentro”. El, emblema de la genialidad, advierte un cierto carácter fortuito y misterioso que escapa a su voluntad.
El proceso creativo inicial del artista, se hace posible gracias a la inspiración. En ella, la belleza hace partícipe al artista de lo infinito, que penetra en la obra de arte casi sin sentir, sin ser él consciente. En la creación de la obra artística, el autor, mediante elementos parciales y subjetivos, construye imágenes que portan en su interior la verdad transmitida en la inspiración. Mediante la belleza, que se da en la relación entre los diferentes elementos particulares que constituyen la creación artística, se participa de la belleza absoluta.
La inspiración no es otra cosa que el conocimiento directo de algún fragmento de la verdad, belleza y bondad absoluta. Es un deslumbramiento en el que el artista participa de lo trascendente, para así poderlo traducir en elementos estéticos y racionales que quedarán plasmados en la obra creada.
En el momento de la creación, el artista debe ser un canal puro para recibir la inspiración, y poner todos los medios plásticos y racionales a su servicio. Este proceso creativo tiene por tanto dos momentos diferentes:
- El de la comprensión intuitiva, en el que la receptividad del artista es máxima.
- La encarnación, en la que intervienen todas las capacidades y talentos del artista, tanto innatos como adquiridos, intelectuales como intuitivos, artísticos como técnicos, emocionales como racionales, físicos como espirituales.
Entre ambos momentos debe haber una intensa y profunda comunión, que posibilite la consecución de una verdadera obra de arte, donde lo general esté presente en lo particular, lo intangible, eterno y universal en lo palpable, temporal e individual, lo infinito en lo finito.
Con relación a la inspiración, la comunión artística presenta una novedad; algo tan personal, tan íntimo y tan individual como la inspiración se puede presentar de una manera nueva gracias a una profunda comunión con otra persona. Esto no significa que la obra acabe siendo una obra conjunta o colectiva. Se trata de una obra totalmente individual en la que la inspiración del artista pasa por el corazón, la mente y la voz del otro.
Esto llega a trastocar los fundamentos más básicos e individuales de la creación, es decir, la individualidad de la inspiración, algo que siempre ha sido entendido como personalísimo, nunca compartido. Sin embargo, el artista lo entiende, lo siente, como inspiración artística personal que llega de la comunión y pasa por la otra persona.
La inspiración puede abrirse paso en nuestro pensamiento y voluntad con una claridad meridiana y fulgurante, o puede llegar como una lluvia suave y continua que va poco a poco empapando todo el desarrollo del proceso creativo. Así mismo puede irrumpir en la creación artística de la mano del dolor. Dicho dolor se produce, en algunas ocasiones, en el proceso, cuando no se logra saber, cuando se vive la oscuridad a pesar de los deseos y una correcta actitud. Asistimos entonces a una lucha en la que se destruye y reconstruye sucesivamente, hasta que el dolor cesa y la obra parece acabada.
En ocasiones, un proceso de creación doloroso viene dado por causas como la ruptura con un lenguaje del pasado, con algunas de las normas y dogmas, o un lenguaje propio ya superado, y la consiguiente búsqueda de uno nuevo para hacer evolucionar el proceso creativo. Es el dolor de la incertidumbre, del miedo al vacío, pues el artista suelta las amarras que lo sujetaban en el presente para lanzarse sin red a un futuro que no conoce y que ha de llegar en simbiosis con lo por él generado.
El artista es un canal de expresión de algo que le trasciende, y el arte no reside en el artista, sino en la obra. Por ello, puede que el artista sea una persona mediocre en su vida diaria, que quizás no sea capaz de comunicar nada elevado, y sin embargo, su creación es potente, trasciende la realidad cotidiana. La respuesta podría estar en el inconsciente, que si en el momento de la creación es libre, desapegado del yo, goza de la verdad, de una autenticidad, que es capaz de transmitir, gracias al haber participado de ella durante el proceso de inspiración.